El de Kathmandu y la corriente sagrada del Bagmati


 

Los familiares se sitúan a ambos lados del río y observan con rostro serio pero sosegado a pesar de la dureza del momento. El día está gris y pronto aparecen las primeras gotas, como si el mismísimo cielo quisiera sumarse a la tristeza del momento. El Bagmati sin embargo, baja inalterable, ya muy familiarizado con los gestos de dolor.

El cuerpo  está situado justo enfrente de mi, a escasos 20 metros, envuelto en una mortaja de color naranja, su última vestimenta en el mundo de los vivos. Los pies son introducidos en el sagrado Bagmati para que el cuerpo sea purificado. Algunos familiares recogen agua con las manos y lo vierten sobre la boca y el rostro del cadáver.



Poco después el cortejo fúnebre se traslada 50 metros río abajo, donde el cuerpo del fallecido es situado sobre uno de los onces gahts que ya ha sido dispuesto con tres alturas de maderos de sándalo perfumados, sobre los que será incinerado. La madera de sándalo es cara, por lo que en función de la clase social de la familia, tendrán más o menos dinero para comprar más o menos madera. Si hay poca madera, quizás el cuerpo no llegue a convertirse en cenizas.





Los primogénitos del fallecido son los encargados de transportarlo, pero si el fallecido no tiene primogénitos son otros miembros varones de la familia los que lo transportan.

 


 Acto seguido, uno de los familiares introduce algo en la boca del difunto y lo prende fuego. Segundos después se prenden también las maderas situadas bajo el cuerpo.

 



Ya sólo queda esperar hasta que hasta que el cuerpo se convierta en cenizas, las mismas cenizas que serán arrojadas al sagrado río Bagmati.

El ambiente en el templo sagrado de Pashupatinath es chocante. El dolor de los familiares se mezcla con curiosos turistas que dudan sobre la manera de comportarse, las sagradas vacas rumian impasivas, los perros y los monos buscan algo que echarse a la boca, los devotos lavan y purifican sus cuerpos en el mismo río que algún día se convertirá en su medio de transporte al otro mundo, los shadis con sus enmarañados pelos y se estrafalario vestuario deambulan por allí fumando y bebiendo mientras piden a los turistas que les saquen fotos a cambio de dinero.

 




Este es el ambiente que se respira cualquier día en Pashupatinath, donde el mundo de los vivos y de los muertos se funden en uno sólo. Se trata sin duda de uno de los grandes lugares sagrados del hinduismo y creo que poco te puedo transmitir con mi relato, simplemente hay que estar aquí para verlo y sentirlo.

 





Pero Kathmandu es mucho más que las cremaciones de Pashupatinath. Kathmandu es vibrante en todos los sentidos. Se trata de una ciudad en la que se encuentran numerosos rincones que te trasladan a la Edad Media, con sus estrechas y embarradas calles, sus diminutas puertas, los saris de las mujeres, las vacas que deambulan por las calles mientras motos y bicis las esquivan sin parar, los comerciantes vendiendo fruta en sus improvisadas bicis-tenderetes.

 





 

Por la noche la ciudad se queda desierta a horas muy tempranas y el alumbrado es tan mínimo que la sensación de haberte trasladado a otra época es aún mayor. Kathmandu, en definitiva parecía el lugar ideal para ir acostumbrándome al importante cambio que viviré de cara a mi inminente llegada a la India.

El patrimonio cultural de Kathmandu es importante. Aquí aparte del mencionado Pashupatinah, hay un buen manojo de importantes templos, y de hecho en cualquier callejuela, en cualquier rincón te puedes sorprender descubriendo un templo pequeñito o cualquier otro motivo religioso.






 

En cualquier caso, el lugar donde más edificios religiosos e históricos se concentran, es en la plaza Durvar, al sur del barrio de Thamel. Aquí se respira un ambiente religioso que te envuelve rápidamente y es curioso ver como hindúes y budistas comparten algunos de los templos que aquí se encuentran.









 

Pero en la parte negativa, en kathmandu también hay numerosos detalles que te recuerdan que estás en uno de los países más pobres del mundo. A menudo niños que dejaron sus ciudades natales en busca de un futuro mejor en kathmandu, se acercan para pedirte dinero o comida. En la mayoría de los casos viven en las calles y el futuro mejor que venían a buscar parece quedar muy lejos.

 


 





No se puede decir que Kathmandu sea una ciudad limpia, pero tampoco es tan extremadamente sucia como yo me esperaba. Si es cierto que hay bastante basura en las calles, pero al menos suelen depositarla en lugares fijos, por lo que en la mayoría de los casos se puede pasear tranquilamente sin temor a meter el pie hasta el tobillo en un montón de mierda…

 





Por supuesto otro de los símbolos de identidad de Kathmandú son sus numerosas tiendas, entre las que destacan por encima de todas las demás las de montaña. La ropa de montaña es tremendamente barata en Kathmandu (aunque todo es más de palo que Pinocho, pero aún así merece la pena hacerse con algunas cosillas que en Europa valdrían cuatro veces más.

Pero aparte de tiendas de montañas enfocadas sobre todo a los turistas, también abundan las tiendas de incienso, antigüedades, música nepalí y tibetana, librerías, relojes y mucho más. Si a uno le gusta comprar, desde luego en Kathmandu no se aburrirá.

 




En definitiva, este es a groso modo el resumen de los días que pasé en Kathmandu, una ciudad en la que disfruté de lo lindo y en la que me sentí muy vivo a pesar de ver tanto muerto… Un lugar que de nuevo me hizo reflexionar sobre la enorme variedad de culturas y costumbres que podemos encontrar en el mundo y de lo importante que es tratar de aceptarlas y comprenderlas en la medida que nos sea posible. Kathmandu, es un lugar ideal para hacerlo…



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