En el que me la dan con queso…





Este post se lo tengo que dedicar inevitablemente a mi señora madre, que mira que me habrá dicho veces aquello de: “hijo, no seas tan confiado con la gente, que hay mucho espabilao por ahí”. Y mira que he tenido que dar no sólo con el más espabilao, sino también con el más hijo de p… (bueno, vale… no me voy a calentar porque estoy de viaje y disfrutando a lo grande, que si no…)

Pues te voy a describir en unas pocas líneas el que ha sido mi peor día desde que llegué a Malasia, gracias sobre todo al que de ahora en adelante, conoceremos como  “El espabilao”.

Pues resulta que andaba yo por Kota Kinabalu recuperándome de mis maltrechas piernas tras llevar a cabo la ascensión del Monte Kinabalu. Era un Domingo, lo recuerdo bien, porque el día comenzó con un paseo por un enorme mercado callejero que me recordaba (salvando las distancias) a mi querido Rastro, en Madrid.

Mercado callejero Kota kinabalu

Estaban conmigo en ese momento mi amiga Irene, una viajera empedernida que se ha recorrido más de medio mundo con su mochila y su amigo Frederic, un canadiense al que ella conoció hace algunas semanas en Filipinas y con el que se ha reencontrado en Kota Kinabalu.



Los tres íbamos a coger ese mismo día un autobús que nos llevaría a Samporna, muy cerquita de la isla de Sipadan, uno de los destinos de buceo más importantes del mundo. Sin embargo, el autobús no salía hasta las 19.30 y había que llenar el día en esta ciudad, de la que yo particularmente ya estaba un poco cansado, pues llevaba más días por allí de los que tenía pensado.

El caso es, (y aquí empieza lo gracioso de esta historia) que una vez visitado el mercado callejero, llegamos al paseo marítimo, que está bastante animado y en el se pueden encontrar puestos de pescado y frutas a tutiplén.

En ese preciso instante, conocimos al “espabilao”, personaje curioso de apariencia inofensiva y cuyo reclamo constante venía a ser un “Señores, ¿quieren visitar una isla maravillosa que se encuentra a pocos kilómetros de aquí? Yo les llevo con mi barca, muy bonito, muy barato…” Yo en aquel momento y para variar, me encontraba inmerso en la fotografía, por lo que no mostré demasiado interés por el espabilao.

Ante las insistencias del espabilao, no nos quedó otra a los tres que allí nos encontrábamos, que valorar la propuesta que este nos hacía. Indecisión, calor aplastante sobre nuestras cabezas, que si todavía son las once que si que vamos a hacer, que si igual está bien lo que este señor de apariencia inofensiva nos propone, que si por lo menos allí nos podemos dar un bañito… Resultado final de tan improvisada reunión: OK, nos vamos a la isla. Siguiente paso:

-¿Cuánto nos cuesta ir a la isla?
-40 ringgit por persona señores.
-Pero hombre, ¿como va a ser eso? Te damos 25 cada uno y listo.
-Ok señores, 25 cada uno.

Ummm, que fácil ha sido esto. Algo me empezaba a oler a chamusquina… El espabilao se pone contentito y le entran las prisas. Al grito de “Síganme señores, que vamos a por mi barquita”, nos hace correr por el puerto, como si se estuviese quemando algo. Ummm, no se, no se… Por suerte, a alguno de nosotros se nos ocurrió la idea de comprar un par de botellitas de agua, por si acaso nos entrara sed en la isla paradisiaca, (que oportuna decisión aquella…)

El espabilao nos pregunta en ese momento, que si estamos interesados en alquilar unas gafas para hacer snoorkel, que la isla ofrece muchas posibilidades al respecto y que no deberíamos perder la oportunidad. Por supuesto por aquello también nos pone un precio y tras nuevas reuniones y negociaciones, llegamos a la conclusión de que alquilaremos sólo unas gafas y un tubo y nos lo iremos turnando como buenos mochileros. Hay que ahorrar, que la vida está muy mal.
Total, que llega el momento de subirse a la barquita, que para nuestra sorpresa, venía con conductor incorporado, al que podemos llamar “El amiguito del espabilao”. Una vez dentro de la barca, el espabilao le indica a su amiguito que se acerque a otra barca que estaba en el puerto. Este le obedece de inmediato y sitúa su barca paralela a la otra. El espabilao, con un hábil movimiento se cuela en la otra barca y coge unas gafas de bucear y un tubo. Ummm, ¿será ese su almacén?, pienso yo… no se…

Y empieza la diversión!! El amigo del espabilao le empieza a dar caña a la barquita, que botaba más que un canguro huyendo de un cazador furtivo. Yiuuuu Huuuu, yo no sabía donde agarrarme… Recordé mis tiempos de joven en los que me gustaba montar en el toro mecánico y apliqué las técnicas de anclaje aprendidas en aquella época, consistentes en apretar mucho los dedos de los pies contra el suelo, buscando hacer ventosa. Y la otra, que me dice que le tire una foto, que está muy bonito el paisaje. Y ahí saco yo mi cámara pensando que quizás el amigo del espabilao se apiade de mi y decida bajar un poco el pistón, pero que va, que va… parece que llevaba prisa el hombre.

El amigo del espabilao...

Un ratillo después, llegamos a la “paradisiaca” isla. No digo yo que no lo fuera en su momento, pero en el momento actual, la isla se encuentra llena de mierda hasta más no poder.


La "inmaculada" playa de la Isla de Gaya

El espabilao le indica a su amiguito que acerque su barca al embarcadero  y una vez allí, nos dice que tenemos que pagar 10 ringgit más cada uno, porque la isla es privada. Los tres montamos en cólera en medio segundo, por lo que el espabilao decide hacer la vista gorda y pasar por alto el extra. Nos pregunta (y aquí viene la clave de toda esta historia) que a qué hora queremos que venga a recogernos. De nuevo reunión del comité y decidimos que las 4 sería una buena hora, puesto que la isla está muy lejos de ser paradisiaca y así tendríamos tiempo de sobra de recoger las mochilas del hostel e ir a la estación de autobuses.

Nos bajamos de la barca con nuestras dos botellitas de agua y nuestras gafas de bucear como único equipaje y nos disponemos a buscar un resquicio con algo más de arena que de mierda. No lo pudimos encontrar…


Así que, por ahí encontramos un poco de sombra donde sentarnos y quitarnos la ropa para bañarnos en ropa interior, porque ni bañadores teníamos… La gafas de buceo no hubo ni que tocarlas, porque por no haber, no había ni peces. Y como dice la canción, “y nos dieron las diez y las once, las doce… y la una y las dos…”

Y mientras pasábamos el rato (el mal rato…) sentados en el cacho de sombra, rodeados de basura y tirando piedrecitas a los cangrejos para entretenernos, se me ocurrió soltar la gran frase, la frase de todas las frases a lo largo de la historia de la humanidad: “y digo yo… que a ver si el pollo este no viene a recogernos… yo creo que no teníamos que haberle pagado hasta que no volviera...” Todos nos miramos con cara de bobos, sin decir nada… En ese momento, empezó a llover a cántaros.

Nos tuvimos que refugiar a toda prisa en el único lugar con techo, el embarcadero. Por suerte, aquí había unos niños jugando que hicieron que las dos horas que todavía teníamos que esperar se hicieran más llevaderas. Sacamos nuestra guía en la que vienen algunas palabras en bahasa melayu y los niños se reían de nuestra pronunciación.









Y llegaron las cuatro, pero no la barca. Y llegaron las cuatro y media, pero no la barca. Y llegaron las cinco menos cuarto y los nervios estaban a flor de piel...

Al final de la isla, se apreciaba lo que desde la distancia parecía ser un hotel. Así que, sin camiseta y lloviendo empecé a andar en aquella dirección, empapándome de agua y parándome cada vez que veía una casita o una persona para ver si alguien nos podía llevar de vuelta, pero era como hablar con una pared, porque nadie entendía lo que les quería decir. Ainssss, ya me estaba agobiando pero bien, quería salir de allí!!

Poco después, llegué hasta el resort, que se componía de unas cabañitas tirando a lujo, pero que parecía estar desierto. Al cabo de un rato, encontré dos japonesitas con cara de japonesitas dando un paseito bajo su paraguas. Al ver que me acercaba a ellas con aquellas pintas y mi cara de cabreo, les faltó hacerse pipi encima, pero se controlaron y me indicaron que la recepción estaba al fondo. Dioooosssss, ¿es que no iba a llegar nunca?

Pero llegué, hasta que me pararon los de seguridad y llamaron a la que parecía ser la encargada, que después de alucinar con la historia que le estaba contando, accedió a ponernos una barca para llevarnos de vuelta a Kota Kinabalu, eso si… al módico precio de 150 ringgit.

Ya me daba igual, lo único que quería era salir de allí. Pero ahora tocaba volver hasta el embarcadero, que estaba a media hora andando. Y me empezaban a entrar los nervios todavía más. ¿Y si hubiera llegado la barca y estos dos se hubieran montado para buscarme? ¿Y si no me encontraban? Desde la distancia podía ver el embarcadero, pero no podía distinguir si había alguien debajo o no. Gritaba y movía los brazos para que vinieran, pero no veía nada, asi que seguía andando. Por fin, vi dos bultitos en la playa que se acercaban a mi, eran ellos…

Y tal cual, nos montamos en la barca, después de ser la atracción del hotel y de darnos agua. Tenía la sensación de haber sobrevivido a un naufragio, sólo faltaban las cámaras de televisión.

Llegamos a Kota Kinabalu y corre que te corre a recoger las mochilas al hostel, taxi, stress, que perdemos el bus, que hambre tengo…, no hay tiempo de comer!!

Lo conseguimos, ahora sólo quedan 10 horas de autobús por delante, con el cuerpo lleno de sal, la música a todo trapo (esa costumbre tienen en este querido país…) y más hambre que el Lazarillo de Tormes.

Pero esto que te acabo de contar, son sólo pequeñeces… ¡¡que bonito es viajar!!

Comentarios Originales 2010:
Nuria
Julio 9, 2010
Pero Jessss, madre qué experiencia!! Una vez más has sabido salir de ella como un BOND…Qué pena, lo que me estoy perdiendo!! Sigue contando por fi, me muero por saber cómo fue el viaje en Bus de 10 horas…Cuídate por fi y desconfíiiia coño que eres de Madrid!!Besitos
Esther
Julio 9, 2010
jajajaja, ay madre mía, jajajaja, nada, estas son las experiencias de las que luego más te acuerdas, por lo menos no estabas solo que eso hubiera sido mucho peor no? Nada, a seguir disfrutando y contándonos todo, me encanta como escribes. Muakss
Monica
Julio 9, 2010
Bueno jesus… hijoputas los hay por todas partes, ya sabes, os veo muy relajados en el vídeo de todas formas! o era el hambre… no te preocupes que ya encontrarás paraisos para bucear… por dios, eso sí que me va a dar envidia!! Oye estás muy pero que muy guapo en la foto leyendo, mirando de reojo, como diciendo… me vas a sacar una foto con estas pintas??? Anda que no te preparas tú para la exposición ni nada!!! Besitos corazónnnn!!!!
Raúl
Julio 9, 2010
Lo siento Jesús, pero me tengo que descojonar, ahora que no os ha pasado nada, míralo por el lado bueno, habéis conseguido unas gafas con tubo, que casi mejor que no hubiera peces, que hay que tener huevos para usarlas, porque a saber de quien eran, también te digo que viendo al amigo del espabilao, la empresa era seria, el cabron no se rie para nada, ahora que luego se tubo que descojonar despues de la broma. Bueno que todo que en una anecdota, la que pudo ser la isla paradisiaca.
Paco
Julio 9, 2010
Jesús, es espabilao no se llamaría Juan Carlos?…
Maria
Julio 16, 2010
JAJAJJA… pobrecito…!!!… bueno menos mal que al final salió todo bien, tu historia me recordaba a la peli de ” LA PLAYA”.. jajajja.. menos mal que no te ha dado por quedarte allí.. jajja
Suerte.., y por favor.. no hagas mucho caso de la gente.. haz caso a tu madre. jajajjaja
carmen
Julio 26, 2010
estoy en Soria,y como tengo tiempo libre de sobra,me he metido en la página,¡qué divertido eres contando tús experiencias!no veas como me rio,casi con todo esto puedes escribir tu libro, y por supuesto poner tu agencia de viajes,que sigas tan optimista y tan bien, pero sobre todo no confies de nadie.¡ah!seguimos bebienco vino M.D.L.concordia.besos
Raquel
Julio 27, 2010
Mira,
no podía perderme el documento, me avisó Mónica de lo que te había pasado, mientras estábamos en la playa… ¡qué mal! ¡qué mal rato!
Lo cuentas muy gracioso, en tu línea, pero vaya jugada, la del espabilao!
Un día para recordar!
¿y esa Irene? ¿Es Spanish?

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