El “expreso” de Shipaw
Sabía muy bien a lo que me exponía y acepté las consecuencias antes incluso de que se pudieran llegar a producir. Durante todo mi viaje he aprendido a disfrutar mucho de los trayectos entre un lugar y otro, entendiéndolos como una parte importante e interesante de un viaje. Suerte he tenido de aprender a verlo así, porque no me equivocaría mucho si dijera que uno de cada cuatro días de estos últimos cinco meses, lo he pasado en un tren, bus o barco. Así que me eché el saco de paciencia a la espalda y muy tranquilito llegué a la estación dispuesto a “empaparme” de todo lo que este día me pudiera ofrecer.
Las primeras consecuencias no tardaron en llegar. Myanmar es el país menos turístico que he visitado nunca, Shipaw no es precisamente la ciudad más turística de Myanmar y de los no muchos turistas que se ven por allí, no demasiados eligen el tren para salir. Por ello, cuando llegué a la estación no eran pocos los que me miraban como si hubiese aparecido el mismísimo Elvis Presley.
Y después de pasar un buen ratito en la
estación, paseándome arriba y abajo, apareció el tren!! Piiii, piiii…. ahí
venía pitando como un loco, como queriendo meter miedo, no vaya a ser que
atropellase a alguien, con la velocidad esa de relámpago que trae, que
parece que llega agonizando. Pero el revuelo empieza, la gente se levanta,
últimas compras para el trayecto, frutas, algún bicho pinchado en un palo,
agua…
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Coloca al niño por ahí, que voy a ver si me da tiempo de hacer un pis... |
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Y el niño tiene menos complejos que la madre... |
Asi que todos para dentro que nos vamos, abróchense los cinturones (del pantalón el que lo tenga…) y pónganse cómodos en los maravillosos asientos de madera que ponemos a su disposición, que en breves momentos se conectará el aire acondicionado, el que quiera apagarlo, que suba la ventanilla…
Y allí mismo, en uno de esos
“confortables” asientos de madera me senté yo dispuesto a pasar las próximas
diez horas de mi vida, disfrutando del bonito paisaje al ritmo del traqueteo de
los vagones, que parecía que en cualquier momento íbamos a perder alguno. Más
feliz que un regaliz…
La gente me seguía mirando curiosa, pensando vete a saber que, quizás que de donde era, o por qué sacaba tantas fotos de un tren al que ellos no le encuentran ningún atractivo.
Ellos me miran a mi, pero casi que yo
les miro más a ellos… Me da por pensar en como sería un trayecto de 200 kms en
un tren europeo, por ejemplo en España. Allí si que habría aire acondicionado,
mucha gente encorbatada con portátiles y teléfonos de última generación, mucho
silencio y un tren que avanza a gran velocidad, cumpliendo el horario con
exactitud.
Pero este tren no tiene nada que ver con
todo aquello. Aquí nadie tiene ni siquiera un móvil, porque ese es un lujo al
que muy pocos pueden acceder en Myanmar. El tren va parando en cada pueblecito,
(bueno a veces también se para en medio de ningún lugar vaya usted a saber por
que…) y suben y bajan mujeres cargadas de género para vender, que llevan con
gran maestría en la cabeza.
Y así iban pasando las horas de este curioso trayecto mientras yo mataba el tiempo pasando de vagón a vagón, hablando con unos y con otros siempre que tenía la oportunidad, disfrutando de su amabilidad y simpatía que me hacían sentir tan especial.
Algunos, los más lanzados se acercaban y se sentaban a mi lado. La conversación no daba para mucho, la verdad… siempre te suelen preguntar lo mismo, de dónde eres, cuantos años tienes, estás casado, cuántos días en Myanmar… De repente una mujer se acerca, me sonríe y me regala tres naranjas ante la risa generalizada de los que nos rodeaban. Yo no entiendo nada, pero supongo que es una vez más una prueba de la bondad de esta gente que tanto me ha impresionado. Yo sonrío y se lo agradezco mientras trato de hacerle entender que no es necesario, pero no hubo manera. Lo hizo de manera totalmente desinteresada, quizás pensando que debo de estar hambriento, que se yo…
Llámame flojo si quieres, pero ese gesto me llegó al corazón, no se si
me pilló en un momento de flojera, pero no pude evitar emocionarme y no sabía
donde meterme, donde mirar… Me chocaba tanto pensar que una señora que posee
tan poco, se acercara a mi, sin conocerme de nada y me regalara tres naranjas,
asi, sin más. Y allí me quedé yo, con las tres naranjas mientras todos me
miraban, supongo que esperando a que las probara. Bien ricas que estaban…
El paisaje es super bonito, todo tan verde, con pueblos tan pequeños, niños jugando en las inmediaciones de la vía, túneles bajo los que el tren se queda en completa oscuridad.
Claro que al final las horas van pasando factura y el culo que se te queda plano como un sello. La tarde va cayendo y el tren se queda en tinieblas. Algunas horas después y de noche cerrada, llego a mi destino y me despido de unos y otros como si nos conocieramos de toda la vida. Llego ya muy cansado, pero me bajo de aquel tren super contento por haber pasado un día más rodeado de tanta gente encantadora. Y una vez más, me queda claro que no siempre el trayecto más rápido es el que conviene elegir... Si, una vez más, tuve la suerte de escoger la mejor opción...
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